48 horas en Viena

Este año por fin logré viajar a una de las capitales europeas que se me resistía, Viena. Fue un viaje breve, pero muy completo. En pocas horas, conseguimos llevarnos una visión general de esta fantástica ciudad que no deja indiferente a nadie y que cubre, con creces, las mejores expectativas.

Nuestro viaje comienza un sábado de febrero. Volamos con Iberia desde Madrid. El vuelo tiene una duración estimada de tres horas, aunque como suele ocurrir, ni despegamos a la hora fijada, ni aterrizamos a la prevista, sino antes.

Una vez en el aeropuerto de Viena, nos desplazamos hasta el centro de la ciudad en el City Airport Train, también conocido como CAT. Hay muchas formas de hacer ese trayecto (en autobús, taxi, tren “normal”, etc.) y algunas de ellas más baratas que el CAT, pero como la diferencia tampoco es mucha y el tiempo que tenemos poco, optamos por el medio de transporte que hace el recorrido en solo 16 minutos, sin paradas, con salidas fijas cada media hora y cuyo precio para el billete sencillo es de 14,90€ (también se puede adquirir el billete de ida y vuelta). Los tickets se pueden comprar en cualquiera de las máquinas que encontraremos al salir del aeropuerto, todo está perfectamente indicado.

Una de las ventajas de desplazarse en CAT es que al llegar al centro de la ciudad puedes dejar el equipaje de forma gratuita, escaneando el código que aparece en el billete, en la consigna habilitada en la estación de destino (Wien Mitte station), situada en uno de los centros comerciales más importantes de Viena, a solo 15 de la catedral de San Esteban, uno de los símbolos de esta majestuosa ciudad.

Nosotros dejamos la mayor parte del equipaje en las taquillas, ya que nuestro hotel se encontraba a unos 40 minutos a pie de allí, y dirigimos nuestros pasos hacia las famosas “casas de colores” de Viena, mejor llamadas Hundertwasserhaus, que se levantan a pocos minutos de Wien Mitte.

Las Hundertwasserhaus o también conocidas como “las casas de colores

Este conjunto de viviendas fue planificado por el arquitecto Joseph Krawina, y construido por el artista austriaco, Friedensreich Hundertwasser, entre 1983 y 1986. Podrías pasar horas contemplando este curioso rompecabezas, con árboles que asoman por las ventanas y donde se dan cita todo tipo de materiales.

Seguimos caminando, alejándonos del centro de la ciudad, cruzamos Donaukanal y llegamos al Prater, que es conocido por formar parte de la lista de los parques de atracciones más antiguos del mundo. Lo bueno es que no hace falta comprar una entrada para pasear por el parque, tan solo tendremos que pagar si queremos subir a las atracciones. Por eso, podemos disfrutar tranquilamente de su colorido y contemplar con la boca abierta las impresionantes montañas rusas, norias y demás.

Tras recorrer el recinto y tomar decenas de fotografías, nos dirigimos a hacer el check-in en nuestro hotel, ya que solo hay personal en recepción hasta las seis de la tarde (si se llega después de esa hora, hay que comunicarlo con antelación para que te faciliten las claves que te permitirán acceder al establecimiento).

Comenzamos, por tanto, a deshacer el camino para recoger el equipaje que dejamos en la consigna, pero esta vez nos desplazamos en transporte público. A pocos metros del Prater hay un gran intercambiador, donde adquirimos los abonos de 48 horas que permiten acceder al metro, autobús y tranvía, y tienen un precio de 14,10€.

Prater

Durante nuestra estancia en Viena nos alojamos en el Hotel Graf Stadion. La reserva la hacemos a través de la web de Booking.com y nos basamos en los excelentes comentarios que tiene, además de su magnífica ubicación, prácticamente al lado del Ayuntamiento de Viena y a pocos minutos a pie del centro histórico de la ciudad.

El hotel no tiene grandes extras, pero es ideal para un viaje por turismo. La habitación tiene todo lo que necesitamos, el desayuno es muy bueno, el personal muy agradable y, lo dicho, te da la opción de desplazarte caminando a los puntos más visitados de la ciudad.

Mapa y guía en mano visitamos con calma durante nuestra estancia en Viena los lugares más emblemáticos. A principios de febrero, la enorme pista de hielo sigue instalada frente al Ayuntamiento y es hipnótico contemplar la destreza de los vieneses patinando en esta impresionante instalación que hace que las Navidades se prolonguen durante varios meses.

Viena tiene decenas de museos, pero recomendamos planificar las visitas (y más si se va pasar poco tiempo en la ciudad) para no volverse loco. Nuestra primera idea es reservar un free tour y así lo hacemos, pero tristemente, el guía no se presenta, y nos vemos obligados a cambiar de planes. Decidimos acercarnos a Hofburg, el palacio más grande de la ciudad, residencia de la mayor parte de la realeza austriaca. Elegimos entrar en la Biblioteca Nacional y la visita nos sorprende muy gratamente. Sin duda, muy recomendable y el recorrido no dejará indiferente a nadie.

Lo bueno de esta ciudad es que se puede llegar a pie, paseando tranquilamente, a los lugares más emblemáticos. El colosal edificio de la Ópera (que nosotros no podemos visitar porque no se venden entradas durante los días que permanecemos en Viena), la imponente Catedral de San Esteban, la Fuente de Donner, el curioso Reloj Anker

Ópera Estatal de Viena

Y, aunque algo más alejada, no podéis perderos la espectacular Iglesia de San Carlos, construida en diferentes estilos (la entrada es gratuita y merece mucho la pena).

Otra de las visitas obligadas es la del Palacio Belvedere. El paseo por sus jardines es ya una experiencia única; pero se puede, además, adquirir la entrada para visitar algunas de las salas. Nosotros compramos con antelación por internet (lo que te permite ahorrarte varios euros) la entrada para el Upper Belvedere, un palacio barroco con 800 años de historia del arte y obras maestras de Klimt, Schiele, Funke, Messerschmidt y Van Gogh. Aquí podremos contemplar El beso, quizás la obra más conocida del pintor austríaco Gustav Klimt, que congrega a decenas de personas deseosas de verla a solo unos pasos de distancia.

En estos viajes cortos, no solemos dedicar mucho tiempo a la gastronomía, pero sí que hubo cabida para degustar las típicas salchichas en uno de los innumerables puestos callejeros que se pueden encontrar por la ciudad; y la famosa tarta de chocolate Sacher, aunque no lo hicimos en el Hotel Sacher, donde las colas para entrar suelen ser habituales, sino en una cafetería.